Qué tal si reemplazamos el dedo levantado por la mano extendida.
Qué tal si implementamos una primera hora de amabilidad Constante y dejamos que se nos haga un hábito.
Qué tal si extendemos definitivamente que las relaciones interpersonales no son un espacio de poder, sino de respeto y amor.
Qué tal si erradicamos totalmente el abuso de nuestra conducta y dejamos de traspasar los linderos ajenos.
Qué tal si recordamos la cadena de favores.
Qué tal si no reemplazamos lo importante por lo urgente.
Qué tal si leemos a diario las cartas de amor que el Creador nos dejó en la Biblia.
Qué tal si seguimos para variar, las instrucciones de uso del Fabricante de nuestros cuerpos y de toda la vida.
Qué tal si buscamos seriamente la amistad y consejo de Dios.
Qué tal si agradecemos más y pedimos menos.
Qué tal si por cada vez que vayamos a criticar, señalemos al menos dos cosas buenas del otro.
Qué tal si en vez de quejarnos por la conducta del otro miramos su necesidad.
Que tal si amamos porque sí, por cumplirle a Dios, por nosotros mismos, porque se nos ocurre deliberadamente, amar.
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