Las palabras no se las lleva el viento, enriquecen o empobrecen, tanto a quien las comparte como quien las recibe.
¿Eres iracundo?... El callar y no dejar que palabras irritantes salgan de tu boca, sería la mejor opción.
Pero cuando te llenas de dolor, rencores, rabia, impotencia; tu corazón se contamina. Lo que digas, te hará tanto daño a ti como a quien sean dirigidas.
Pero, si has aprendido a controlar tu temperamento, a no dejar que las circunstancias o tu carácter te dominen, a no permitir que la ira te sacie ni la venganza se asome… entonces, habrás conocido de la PAZ que Cristo da, habrás experimentado la sanidad del alma y habrás dejado que Su Amor y dones se expandan en ti… Se trata de esperar en El, confiar en lo que DIOS pueda hacer… y esperar!
Aprendamos a ser fuente de agua dulce y no amarga…Que nuestras palabras sean sabias y edificantes. Es tiempo de edificar, motivar y construir con nuestra voz!
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